Un desafío a la enseñanza tradicional

ABP: la innovación en el aula - Realinfluencers

   

    El Aprendizaje Basado en Proyectos (ABP) se ha convertido en una de las metodologías más elogiadas en el ámbito educativo actual. La LOMLOE refuerza su validez al situar el desarrollo de competencias en el corazón del proceso de enseñanza, fomentando que los estudiantes aprendan a través de la práctica, resolviendo problemas reales y colaborando en equipo. En teoría, el ABP parece ser el modelo educativo perfecto: promueve la interdisciplinariedad, otorga sentido al aprendizaje, establece conexiones con el entorno y coloca al estudiante en el centro. ¿Qué podría salir mal?

    La verdad es que pueden surgir varios problemas si no se realizan cambios en el sistema escolar que lo respalda.

    Uno de los errores más comunes al implementar el ABP es pensar que puede prosperar dentro del marco tradicional de la escuela sin hacer ajustes estructurales. Intentar que los alumnos desarrollen proyectos complejos, con resultados significativos y procesos de investigación rigurosos, en bloques de 45-50 minutos, con materias divididas y sin tiempo para la planificación conjunta del profesorado, es simplemente inviable.

    El ABP requiere tiempo y espacio, dos recursos que escasean en las instituciones educativas. Se necesita tiempo para investigar, discutir, cometer errores y revisar. También se necesita un espacio físico flexible, donde se pueda trabajar en grupo, moverse, acceder a materiales y presentar los resultados. Cuando estas condiciones no están presentes, lo que se obtiene son versiones simplificadas de proyectos: actividades grupales que pueden ser más o menos creativas, pero que rara vez logran el aprendizaje profundo y significativo que se espera.

    Por otro lado, el Aprendizaje Basado en Proyectos (ABP) necesita que los docentes trabajen en conjunto. No se puede esperar que los profesores lo implementen de manera aislada en sus aulas, sin la formación adecuada ni el apoyo organizativo necesario. Crear un proyecto transversal implica acordar objetivos, secuenciar tareas y establecer criterios comunes de evaluación. ¿Qué pasa cuando no hay espacios para el encuentro ni una cultura colaborativa entre los docentes? Lo que sucede es que cada uno termina “haciendo su proyecto”, lo que puede llevar a una dispersión de actividades, sin conexión ni coherencia.

    Además, el ABP exige una revisión del papel del docente. Deja de ser solo un transmisor de conocimiento para convertirse en un facilitador, guía y mentor. Pero esta transformación no ocurre de la noche a la mañana, ni simplemente porque se decida “trabajar por proyectos”. Necesita formación, acompañamiento y una redefinición profunda de las expectativas del sistema educativo. ¿Está el sistema listo para esto?

    También hay que tener cuidado con el riesgo de superficialidad. No todo lo que se presenta como un proyecto garantiza un aprendizaje profundo. Muchos “proyectos” son en realidad tareas disfrazadas, con presentaciones atractivas pero con poca base conceptual. Sin una evaluación auténtica y rigurosa, que se centre tanto en el proceso como en el producto, el ABP puede convertirse en una moda sin impacto real.

    Y, al igual que en otras metodologías activas, aquí también surge el problema de la equidad. No todos los estudiantes tienen las mismas habilidades para gestionar su aprendizaje en un entorno tan abierto. El ABP puede beneficiar a aquellos que ya tienen autonomía, recursos familiares y habilidades sociales, pero puede dejar atrás a quienes necesitan más estructura o un acompañamiento individualizado.

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